¿En qué creen los que creen?
El pasado jueves, 8 de mayo, Sixto Castro, fraile dominico profesor en la Universidad de Valladolid y director de la revista especializada Estudios Filosóficos, impartió la VI Conferencia Santa Catalina que organizan los laicos dominicos de la Fraternidad de Atocha bajo el título “¿En qué creen los que creen?”.
De la mano de Santo Tomás, Sixto se propuso recuperar todos aquellos elementos que la Modernidad se había dejado en el camino a la hora de concebir y explicar qué es la creencia. Tal y como desarrolla en su último libro Lógica de la creencia (Salamanca, San Esteban 2012), actualmente la filosofía de la religión comienza a darse cuenta del carácter reduccionista de esa concepción moderna y de los malentendidos que ha originado: “La Modernidad acuñó la idea de que creer era aceptar sin más una serie de enunciados o proposiciones indemostrables, cuando en realidad creer es sobre todo participar de una forma de vida”.
Sixto Castro comenzó su exposición analizando los datos informe del Pew Research Center Forum on Religion & Public Life. En ellos se aprecia cómo en los países occidentales de tradición cristiana se está dando una tendencia generalizada de disminución de práctica religiosa y pertenencia institucional a una determinada iglesia o religión, a la vez que aumenta el número de personas que afirman creer “en algo espiritual”. Incluso un 21% de los no afiliados a ninguna religión declaran rezar frecuentemente. Por otra parte, la valoración que se hace del hecho religioso es ambigua: la mayoría de los encuestados, creyentes o no, subrayan la vinculación de las religiones con el poder y la política, pero a la vez consideran que son un elemento positivo para la sociedad porque fortalecen los lazos comunitarios, ayudan a los necesitados y potencian la moralidad.
La creencia, en general, lejos de desaparecer, como profetizó la Modernidad, resurge. Según Sixto, una de las razones fundamentales es el “vaciamiento o sequedad espiritual” que ha originado la mentalidad moderna al pretender desterrar del ámbito social todo elemento religioso: “para la Modernidad todo lo que no era conforme a las reglas de una determinada manera de entender la razón se convirtió automáticamente en superstición. Ya no importaba la verdad, sino la certeza; no importaba lo real, sino lo objetivo”.
Las restricciones que la propia racionalidad ilustrada se autoimpuso empobrecieron términos y conceptos fundamentales como “creencia” ?“La fe, en cuanto tal, no consiste simplemente en entender, sino que implica querer entender. Tomás de Aquino decía que los demonios tienen fe, en la medida que se ven obligados a creer por la fuerza de los signos que ven, pero al no querer creer, su fe no puede ser auténtica. Para creer hay que querer creer”?, o Dios ?“Desapareció en filosofía el término Dios, sustituido por lo Absoluto, lo Incondicionado… pero ante lo Absoluto o lo Incondicionado no se baila, ni se tocan instrumentos, ni se canta de rodillas. Ya Pascal advertía de la diferencia entre el Dios cristiano y el Dios de los filósofos”.
“Creer no asentir a una serie de contenidos sin pensarlos, es asentir de una manera racional queriendo asentir. Participar de un cuerpo de creencias –tener fe? no es tanto, y no sólo, tener un conjunto de pensamientos y de ideas, sino ante todo participar en una forma de vida en la que esos pensamientos e ideas cobran sentido”. Esto, que ahora se pone de relieve en la filosofía de la religión, es, en realidad, lo que se entendía por creer antes del pensamiento Ilustrado: “Tomás de Aquino, conocido por su agudeza y claridad expositiva, siempre habla de Dios en términos que refieren incognoscibilidad y misterio...”
La Modernidad condenó al olvido a pensadores como San Agustín y Santo Tomás y por eso generó conflictos donde no tiene por qué haberlos. Un ejemplo que, inadecuadamente, se suele mencionar es la teoría de la evolución de Darwin. Dicha teoría no habría supuesto ninguna contrariedad para el Aquinate. Santo Tomás deja muy claro que Dios no puede ser concebido como un existente más de este mundo. Pero, la Modernidad, al identificar la creencia con un tipo de hecho postulado que espera ser probado, acabó concluyendo que Dios debería poder ser comprendido en su totalidad por medio de un determinado tipo de razón.
Otro de los olvidos de la Modernidad señalados por el profesor Castro es uno del que se hace eco Richard Swinburne en su obra (traducida e introducida en España gracias, precisamente, a él) La existencia de Dios: el valor del testimonio. El principio de testimonio sostiene la racionalidad de creer el testimonio de alguien si no hay circunstancias que lo hagan no racional. Y es que creer no es simplemente creer algo, es creer a alguien. Muchas veces cometemos “injusticias epistémicas”, es decir, desconfiamos por principio de la credibilidad de determinadas personas. El rechazo ilustrado a todo lo que sonara a “tradición” se ha traducido, hoy en día, en un rechazo del testimonio como fuente de validez epistémica. En opinión de Swinburne, lo natural debería ser la confianza. Conviene creer que las cosas son como parecen ser hasta que se nos muestren evidencias que indiquen lo contrario.
Como en tantas otras ocasiones, la filosofía ha necesitado negar un determinado planteamiento para acabar redescubriendo su valor. No estamos ante algo novedoso. “Los medievales distinguían entre fides quae -lo que se cree- y fides qua -el acto de creer, una actitud ante la vida, una actividad práctica en la que las proposiciones cobran sentido”.
Asimismo, la reducción de la creencia a la dimensión racional ha producido, también, una pérdida del valor de la práctica del rito. “La fe no es una cuestión estrictamente intelectual, es participar de una determinada forma de vida. Tomás de Aquino señalaba que aunque los no cristianos llegaran a comprender los contenidos religiosos, no tendrían por ello propiamente fe”, remarcó Sixto.
Por último, Sixto Castro esbozó algunas reflexiones de las repercusiones que el divorcio forzado por la Modernidad entre creencia y vida tuvo en el ámbito de la Estética (cuestión que actualmente está investigando). “El calificativo de ‘religioso’ aplicado a determinado tipo de arte se empieza a utilizar a partir de la Modernidad. Fra Angelico no hacía, propiamente, ‘arte religioso’, sino una pintura que formaba parte de una forma de vida religiosa, San Juan de la Cruz no hacía, propiamente, “poesía mística”… Asimismo, subrayó el hecho de que por medio del arte se ha dado vida al dogma de manera decisiva porque, antes de ser considerado “arte”, como una actividad autónoma, el arte, en buena medida era parte de una forma de vida religiosa.
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