Celebración del Triduo Pascual en el Convento de Predicadores de Valencia
Han sido unos días de extraordinaria cercanía y trabajo en comunión en los que seglares dominicos y frailes predicadores hemos sentido con fuerza extraordinaria la gracia compartida de nuestro carisma en torno a la experiencia de comunidad, oración, estudio, oración y celebración.
Nuestra experiencia comenzó el Jueves Santo, cuando, con una gran expectación y presencia abundante de fieles, celebramos la Cena del Señor llevando hasta ella tanto la alegría y la emoción de actualizar el don del Cuerpo y la Sangre del Señor como la responsabilidad de recordar su mandamiento último de servicio mutuo y humilde a través del gesto profundamente simbólico de lavarnos los pies unos a otros. El canto, la sinceridad y la experiencia de moniciones y lecturas -donde la poesía nos ayudó también a interiorizar la bella y profunda carga de sentido de este día- hizo de la liturgia una experiencia viva y perdurable.
Ya a la noche, ante la presencia del Señor en el sacramento eucarístico, compartimos una hora de contemplación y meditación en la que el canto, la lectura y el silencio nos llevó más adentró en la fraternidad.
Un viacrucis unió a frailes, laicos dominicos y todo aquel que quiso unirse a caminar tras la cruz del Señor el Viernes Santo. La oración por todos aquellos que en este mundo y en estos tiempos difíciles cargan con su cruz, nos ayudó a buscar sentido al dolor y la muerte desde el mensaje de la cruz cristiana, que redime, salva y transforma el sufrimiento, pues es signo y culminación del amor de Dios que se entrega hasta las últimas consecuencias. El mismo viernes compartimos, igualmente, los oficios y adoramos la cruz, junto a todos los asistentes, no para subrayar en ella los aspectos dolientes de la existencia sino el alcance liberador del sacrificio de Jesucristo. El sobrio silencio y la emoción de la Palabra de este día nos proporcionó el contexto necesario en que dejar germinar su semilla de amor a la espera de la eclosión Pascual.
Y fue ya el sábado al anochecer cuando, congregados junto al fuego bendecido que simboliza la luz y el calor de la resurrección, cuando la alegría comenzó a brotar plena. El canto del Pregón Pascual, ese anuncio solemne del gran acontecimiento de la resurrección de Jesucristo, nos introdujo en la fuerza del acontecimiento que celebrábamos. A la luz del cirio pascual, las lecturas de la historia de la salvación culminaron con la proclamación evangélica del acontecimiento por el cual Cristo vencía a la muerte. Toda la familia dominicana estuvo involucrada en canto, moniciones, lecturas, presentación de símbolos en una noche impregnada de claridad dominicana que fortaleció nuestros vínculos predicadores con la celebración de la gracia que es sustento, contenido y forma de nuestra predicación.
Ni que decir tiene que, durante todos estos días, laicos y frailes dominicos, así como todas las personas que quisieron sumarse, oramos y meditamos juntos en la hora de laudes, siendo la palabra el hilo conductor de estos días de trabajo común y vida expresada y compartida.
Una experiencia la de estos días que, como fraternidad en camino, ha articulado personal y comunitariamente los misterios de amor, muerte y vida resucitada de todos nosotros en una clave luminosamente dominicana.