Quiénes somos

 


Testimonio de Ignacio Antón

El compromiso del laico en la Orden va más allá de una Regla o unas normas determinadas; es la respuesta a una vocación que te empuja a caminar tras las huellas de Jesús al estilo de Domingo de Guzmán.

¿Realmente es necesario hacer una promesa hasta la muerte para hacer lo que hacen los laicos dominicos? Algunos me lo han preguntado. El compromiso de por vida impone mucho a la gente que se acerca a conocernos. ¿Acaso –piensan- no se es más libre participando espontáneamente sin necesidad de ataduras institucionales? Mi respuesta suele ser casi siempre la misma: todos sabemos que en esta vida cuanto más merece la pena algo, mayor ha de ser nuestra apuesta.

Lo que me llevó a ingresar en la Orden de Predicadores no fue el hecho de realizar o no un compromiso formal que me “acreditara” como laico dominico. Lo que me animó a ello fue el carisma dominicano, carisma en el que me siento llamado a vivir mi fe de una manera específica como laico. No se trata tanto de lo que se quiere hacer, sino de cómo se quiere ser cristiano. El compromiso del laico en la Orden va más allá de una Regla o unas normas determinadas; es la respuesta a una vocación que te empuja a caminar tras las huellas de Jesús al estilo de Domingo de Guzmán: viviendo y amando en comunidad la oración, el estudio, la compasión y la predicación. Nuestro compromiso en la Orden es una manera de apropiarnos de un horizonte que orienta tus pasos, es la respuesta a una vocación que te ayuda a caminar con sentido y que “tira” de ti.

La rápida aparición del laicado de la Orden es señal de la riqueza del carisma que la Iglesia recibió a través de Domingo. Señal, también, de su universalidad, ya que alcanza a nutrir todas las formas de vida del cristiano. Tan auténticamente dominico puede ser un fraile o una monja como un laico; tan dominico fue Sto. Tomás de Aquino o Sta. Margarita de Hungría como Sta. Catalina de Siena. Como en sus inicios y como en su historia, los laicos dominicos estamos llamados a ser signo de la comunión y la fraternidad que debe existir entre todos los que -desde nuestras distintas formas de vida y ministerios- formamos la Iglesia.


D. Ignacio Antón, OP
Fraternidad de Atocha (Madrid)
 

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