Celebración de la Traslación de Santo Domingo en Barcelona
SANTO DOMINGO DE GUZMÁN VIVE: SU HUELLA EN ROMA Y EN LA FAMILIA DOMINICANA
El pasado 24 de mayo de 2025, la Familia Dominicana de Cataluña se reunió en el Colegio de las Dominicas de la Enseñanza en Barcelona para celebrar la translación de santo Domingo de Guzmán. Un encuentro dedicado a redescubrir la profunda conexión de él con la ciudad de Roma. Bajo el marco del Año Jubilar 2025, fray Xavier Català O.P., la Fraternidad Laical de Santo Domingo de Barcelona, junto con hermanas dominicas y laicos vinculados a sus comunidades, compartieron una jornada para reflexionar sobre la vida, misión y legado de nuestro fundador, reafirmando así la vigencia de su carisma en nuestra comunidad y en la Iglesia universal.
Durante el encuentro, la presidenta de la Fraternidad Laical, Montserrat Palet, O.P., ofreció una reflexión profunda haciendo un repaso por la historia del Santo y de los viajes que realizó a Roma. Fray F. Xavier Català, O.P. acompañó la reflexión con unas imágenes de Roma acordes con el texto que preparó la presidenta. Fue una reflexión enriquecedora que nos inspiró y motivó a seguir adelante con entusiasmo.
A comienzos del siglo XIII, Roma comenzaba a salir de una etapa de decadencia bajo el impulso de papas reformadores como Inocencio III, quien consolidó el poder espiritual del papado y abrió camino a una renovación eclesial. En este contexto nació la figura de Domingo de Guzmán, un hombre profundamente sintonizado con las necesidades espirituales de su tiempo.
La relación de Domingo con Roma se inició en 1205, cuando acompañó al obispo Diego de Acebes para pedir al Papa permiso para evangelizar tierras paganas. Aunque la solicitud fue rechazada, esta visita selló un vínculo duradero con la sede de Pedro. Poco después, en Montpellier, Domingo abrazó la pobreza y decidió quedarse a evangelizar el Languedoc, sentando las bases de su futura comunidad.
En 1215 regresó a Roma para participar en el IV Concilio de Letrán y, junto al obispo Fulco de Tolosa, solicitó la confirmación papal de la Orden de Predicadores. Inocencio III, inspirado por una visión en la que vio a Domingo sosteniendo la Iglesia, le aconsejó adoptar una regla ya aprobada. Así, eligieron la Regla de San Agustín, que daría estructura y estabilidad a la comunidad naciente.
En diciembre de 1216, bajo el pontificado de Honorio III, la bula Religiosam Vitam otorgó el reconocimiento oficial a la Orden. Desde entonces, Roma se convirtió en un eje vital para Domingo: no solo un centro institucional, sino también un corazón espiritual de su misión.
Durante sus estancias en Roma, Domingo tuvo una visión en la Basílica de San Pedro donde los apóstoles Pedro y Pablo le entregaron un bastón y un libro, animándole con las palabras “Ve y predica”. Convencido de la importancia de esparcir la semilla del Evangelio, regresó decidido a enviar a sus frailes por el mundo. Además de su dimensión espiritual, la tradición relata milagros vinculados a su paso por Roma: resucitó a un joven tras una caída mortal, salvó a un arquitecto sepultado bajo escombros y multiplicó el pan en tiempos de necesidad, reforzando así su carisma y manifestando su fe y compasión. El papado consolidó su apoyo a la Orden mediante bulas que reconocían su misión como respuesta divina ante la crisis moral de la época, otorgándoles privilegios jurídicos, incluida la defensa de su ideal de pobreza.
En 1218, Honorio III encomendó a Domingo la reforma de monasterios femeninos en Roma, lo que llevó a reunir a las religiosas de Santa María in Tempulo en el nuevo monasterio de San Sixto, estableciendo clausura y vida evangélica. Ese mismo año, los frailes recibieron la iglesia de Santa Sabina en el monte Aventino, que se convirtió en la Casa Generalicia y centro simbólico de la Orden. Al despedirse de Roma, Domingo dejó más que estructuras y comunidades; sembró una semilla que sigue dando frutos en el corazón de la Iglesia. En sus últimos meses, fue confirmado Prior por el Papa, presidió el II Capítulo General en Bolonia y reorganizó la Orden en provincias. Murió en paz el 6 de agosto de 1221, dejando una obra consolidada y en expansión.
El retrato que sor Cecilia Romana dejó de él completa la imagen del hombre que unió contemplación y acción, humildad y autoridad espiritual: de estatura mediana, rostro sereno y ojos brillantes, irradiaba paz, compasión y alegría, con voz potente y sonrisa constante, coherente con su mensaje y vida.
Así, Roma no fue solo un lugar de paso para Santo Domingo, sino el escenario donde maduró su vocación recibió el reconocimiento eclesial y puso los cimientos de una Orden que, ocho siglos después, sigue fiel al servicio de la verdad y la predicación del Evangelio.
La ponencia nos invitó a redescubrir al fundador de la Orden a través de su estrecha relación con Roma, ciudad clave en el origen, consolidación y proyección universal de su carisma.
Para finalizar la reflexión, entre todos los asistentes se realizó un crucigrama dominicano que les presentó Montserrat Palet.
Con gratitud y renovados en el espíritu de Domingo, concluimos la jornada con la Eucaristía solemne presidida por fray Xavier Català, O.P., seguida de un fraterno refrigerio en el claustro, donde compartimos la alegría de caminar juntos como familia dominicana.
Familia Dominicana de Cataluña.
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